Reconozco que el tema de fondo que explicaré hoy, no será compartido por mucha gente. Lo sé, pero lo tengo que contar.
Hace un tiempo pasé una temporada en el extranjero. Estuve casi un año viviendo en Londres, y venía cada dos/tres semanas a casa, lo cual me implicaba volar regularmente cada quincena, para pasar dos fines de semana al mes con mi familia.
Viaje de ida
En aquella época, los lunes alternos tomaba el primer “vueling” muy temprano con destino a London Gatwick. Y una vez subido en el avión, momentos antes del despegue, siempre la misma rutina: l@s azafat@s nos explicaban las medidas de seguridad.
Recuerdo un día, que me dio por prestarles atención, más por reciprocidad y cortesía, que por no saber lo que me iban a decir (lo había escuchado decenas de veces).
En ese momento, una azafata me miraba directamente, supongo porque era el único que estaba embobado ante ella, mientras la voz en off de la megafonía del avión iba diciendo: «…en caso de despresurización de la cabina, se abrirán los compartimientos situados encima de sus asientos, que contienen las máscaras de oxigeno. Si esto ocurriese, colóquense la máscara entre la nariz y la boca y respiren normalmente… y aquí viene lo importante: “Los pasajeros que viajen con niños, deben colocarse la máscara a ellos primero, y después colocársela a los niños”
La azafata asentía con la cabeza, y yo me quedaba pensando…
La explicación del porqué de esta indicación, no es otra que, en función de la altura por donde vuele el avión y a velocidad de crucero, en el supuesto de rotura grave del sistema que regula el aire, disponemos tan sólo de entre 10 a 20 segundos para ponernos la mascarilla, antes de caer inconscientes. Por lo tanto, tenemos que actuar rápido.
De aquí lo imperativo de la orden: primero el adulto y después los niños. Ya que en caso contrario, es posible que no haya tiempo para que ningún miembro de la familia se acabe poniendo la máscara de oxigeno, y desfallezcan en el intento.
A veces nuestro instinto protector nos sugiere hacer lo contrario, de ahí el recordatorio. Si lo hacemos al revés, seguro que no les podremos ayudar, ni a los niños, ni a nosotros mismos.
Recuerdo que en el avión le daba vueltas a este asunto, y de seguida vi la conexión con las finanzas personales (mi especialidad).
En el trayecto de tren que une London Gatwick con la City, decidí escribir sobre el tema, sentado confortablemente en mi butaca.
Lo bueno de salir temprano de casa, es que con suerte te ahorras la congestión matutina habitual, y además cuando llegas a UK ¡te regalan una hora! je,je,je,…
Bien, eso es lo único con que te obsequian los británicos, puesto que allí toooodo es mucho más caro y lo pagas con creces (al menos en aquella época).
Te lo repito: Tú eres lo más importante, no lo olvides jamás.
El ejemplo de la máscara del avión, es perfecto para explicarte que debes gestionar tus finanzas de la misma forma.
Debes pensar primero en ti, o en ambos, si estás en pareja estable. Y planificar cómo quieres que sea tu/vuestro presente-futuro.
Pero ojo, antes que “conyugales” las finanzas deben ser “personales”. Ya sabes, el amor no es eterno, y tus necesidades económicas sí son vitalicias. Tenlo siempre en cuenta.
En cuanto a la prole, lógicamente, cuando los hijos son pequeños, hay que desvivirse por ellos. Por supuesto que sí, no soy un desalmado. Pero cuando ya se espabilan solos, no dejes de pensar en ti, ni un instante. Planifica cómo quieres vivir tu vida.
Podemos ser aun más solidarios, si antes procuramos por nosotros primero, esto es tanto a nivel de personas como incluso de países. Aunque parezca un acto de puro egoísmo, no tiene por qué serlo al final. Depende de tu bondad.
Primar tu persona y contraponerla con la solidaridad, es una falsa distinción. No son palabras necesariamente antagónicas.
Créeme, ya son muchas las realidades que observo a mi alrededor, que por no aplicar este principio tan simple (y por lo visto tan «difícil de entender»); finalmente lo acaban pasando mal (moral y económicamente). Tanto padres como hijos.
No permitas que una mala gestión de tus bienes te arruine la vida, y menos que te corrompa el alma.
El mejor legado que les debes dejar a tus hijos es una buena educación financiera, para que se desenvuelvan sabiamente en su vida. Y puestos a hacerlo, enséñales practicando con el ejemplo.
Y lo segundo mejor que les puedes dar a los tuyos, es que no te conviertas en una carga para ellos. Fíjate bien lo que te digo, si lo consigues, con eso ya les estás ayudando muchísimo; aunque a ti ahora no te lo parezca. Piensa en ello.
Por eso es importante, que ahorres, inviertas y te planifiques bien. Porque si además eres joven, no esperes que el Estado te pueda ayudar mucho cuando te retires. Las cosas pintan bastos para ese gran colectivo.
Viaje de vuelta
Transcurridas dos semanas, las tardes de los viernes que volvía a casa, era otra aventura.
Tomaba el metro en Canary Wharf (jubilee line) que me llevaría hacia la estación de London Bridge y desde allí a Gatwick.
Ese día, junto a mí en el andén, coincido con tres brokers desencorbatados más contentos de la cuenta, supongo que por las pintas recién tomadas en el pub; hablan alto y de seguida identifico que son seguidores de los «gunners». Sí, por lo que dicen, esta noche hay partido en el Emirates Stadium.
Llega el convoy, se abren las puertas y dentro del metro, un par de jóvenes con crestas de colores. Comparten sus diminutos auriculares y tatarean una canción. ¿A dónde irán? ¿Habrá hoy concierto en el O2?
“Mind the gap, mind the gap…” dice la megafonía pregrabada de la estación. Y a toda prisa entra por los pelos en el vagón una mujer con planta de ejecutiva. Se sienta y se quita sus tacones de vértigo calzándose unas “bailarinas”, y así de natural, los introduce en su megabolso. Acto seguido, haciendo de su móvil un espejo, se repasa su rostro. Aunque a decir verdad, después de toda la jornada, para mí está impecable.
Ciertamente, el metro de Londres es lo más transversal y cosmopolita que he visto jamás. Gente de toda procedencia, clase y condición tienen su cita allí, every day.
Por fin en el aeropuerto, me dirijo a las pantallas informativas. ¡Woowww! Pone que el avión sale on time.
Voy justo de tiempo, y antes debo pasar el control de seguridad con mi equipaje de mano, que en ese aeropuerto se hace eterno.
Haber…, mi cartera, mi DNI… y ¿dónde diablos está mi boarding pass? ¡Noooo!, no puede ser. ¿Se habrá quedado en la impresora de la oficina?
Enciendo mi móvil, en busca de mi “billete electrónico” (siempre hay que tener un plan B). El indicador de la batería está en rojo, y la cola no avanza. Sólo hago que pensar, en que si se me apaga el móvil ¿cómo enseño yo mi boarding pass?
Miro por las paredes, buscando enchufes, y localizo uno. Menos mal, al menos allí podría cargar el móvil.
Siiii, llevo conmigo el cargador (qué listo soy). Pero se me derrumba todo cuando me doy cuenta que no dispongo del maldito adaptador británico para enchufarlo (ansiedad, no, lo siguiente).
Por fin ya me toca. El móvil todavía funciona, acerco el código QR de mi pantalla hacia el lector, y me da luz verde. Bien, prueba conseguida. Paso el arco de seguridad y a toda prisa hacia la puerta de embarque. ¿Llegaré a tiempo?
Allí la pantalla dice Last call to Barcelona en amarillo intermitente, vuelvo a enseñar mi billete electrónico y justo cruzar la puerta de embarque exhausto, el azafato de tierra da por finalizado el check-in (all passengers inside! exclama por su walkie talkie).
Siii, esta vez ha ido por “el canto de un duro”, pero por suerte entro en el avión, cuando todo el mundo ya está prácticamente sentado y con ganas de volar.
En ese instante el hilo musical de la aerolínea reproduce, una de mis canciones favoritas de su playlist: “on melancholy hill “ de Gorillaz (me hizo ilusión redescubrirlo en Spotify: Vueling on board 2014).
“…Tripulación de cabina, entrando en pista para despegue. Buen vuelo”.
Foto: Arnold Lee®