Los billetes y monedas de curso legal emitidos por la Reserva Federal de Estados Unidos (conocida por la FED), tienen un solemne lema: IN GOD WE TRUST, que significa, “En Dios confiamos”.
Hace falta tener FE, mucha FE para sobreponernos a las adversidades a las que todos estamos expuestos y que acostumbran a presentarse siempre, en el peor momento.
Ahora nos encontramos ante una de ellas. Vivimos tiempos convulsos, pero al parecer no queda otra que seguir confiando.
Lloyd Blankfein, quien ocupó el anterior puesto de presidente ejecutivo de Goldman Sachs, el banco de inversión más influyente y a la vez más odiado del mundo, dijo en una ocasión esta frase lapidaria: “Los banqueros hacemos el trabajo de Dios”.
¡No me digas que no son inquietantes esas palabras!
Pero, entonces, ¿qué está pasando para que tanta gente retire sus depósitos de diversas entidades financieras?; como es el caso de la banca regional norteamericana, o del Credit Suisse o más recientemente del Deustche Bank, entre otras.
Los políticos no entienden lo que está ocurriendo. Los gobernadores de los bancos centrales parecen que van detrás de los acontecimientos. Ellos dicen que no hay que preocuparse, dado que cuentan con toda la artillería y las herramientas suficientes para hacer frente a lo que sea.
Pero, ¿Podemos seguir confiando en la banca? ¿Podemos seguir confiando en el dinero, tal como lo conocemos? ¿Podemos seguir confiando en “Dios”?
Porque esa es la cuestión: vivimos una auténtica crisis de confianza. Por supuesto, diferente a la acontecida en 2008; pero “crisis” en definitiva, en su acepción de cambio o transformación.
Repasemos los antecedentes
La conferencia de Bretton Woods (1944) estableció un nuevo orden internacional adoptando el dólar estadounidense como la divisa de referencia a escala mundial, vinculada a su vez al “patrón oro” mediante una convertibilidad estable de 35$ por onza de oro. A su vez, las monedas del resto de países participantes en el acuerdo (44 en total) fijaron sus respectivos valores sobre una relación fija con el dólar.
Fruto de aquellos acuerdos se crearon también el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, instituciones surgidas con el objetivo de promover la cooperación monetaria y garantizar la estabilidad del sistema financiero mundial.
El “patrón oro” daba cierta estabilidad al sistema y también confianza a personas e instituciones en que el dinero fiduciario (basado en la FE) estaba respaldado por un metal precioso y preciado, así como universalmente aceptado desde tiempos ancestrales como reserva de valor.
Este esquema funcionó más o menos bien, hasta que en agosto de 1971 el presidente Nixon decretó el abandono del “patrón oro” vigente hasta entonces.
Los motivos fueron obvios, se necesitaban muchos dólares para financiar (mediante emisión de deuda) las aventuras expansivas del imperio americano, y no se contaba con el oro suficiente para su respaldo.
El resultado fue una inflación creciente en todo el mundo con episodios galopantes amplificados por las sucesivas crisis del petróleo.
Basta echar un vistazo a la cotización del oro en dólares para darse cuenta de la magnitud de la esquilma. No es que el oro se haya revalorizado (una onza de oro continua siendo una onza de oro), sino que el dólar se ha desvalorizado, pasando de 35$ la onza en 1971 a casi 2.000$ en la actualidad.
¿Cómo se han superado las crisis financieras?
Todas las sucesivas turbulencias y crisis financieras a nivel mundial se han sofocado de la misma manera, inyectando más liquidez al sistema y emitiendo más y más deuda.
Así ocurrió con la gran crisis financiera del 2008. Lo vimos también con la irrupción del virus Covid-19 y muy probablemente se vuelva a repetir en el futuro. ¿Hasta cuándo? Esa es la pregunta del millón, o deberíamos decir mejor, del TRILLÓN.
Justamente, la situación de inestabilidad financiera actual tiene como precedente más inmediato la enorme liquidez que se insufló al sistema tras la pandemia.
Cantidad ingente de ayudas a fondo perdido, subvenciones, subsidios y facilidades crediticias de todo tipo se abocaron a la economía; mientras esta estuvo en gran parte “parada y confinada”.
¿Y cuál ha sido el resultado?
Si alguien pensaba que esto no tendría consecuencias graves en la inflación, estaba bien confundido.
La guerra de Ucrania todavía amplificó más el problema inflacionario, con un shock energético y de materias primas. Así como más problemas en la cadena de suministros.
Afortunadamente, el pasado invierno fue anormalmente benévolo en el hemisferio norte, los precio energéticos se han suavizado y los intercambios comerciales internacionales vuelven a fluir. Pero el mar de liquidez todavía existe, y eso hace que la inflación le cueste descender.
Los bancos centrales, que al principio pensaban que la inflación era transitoria y reaccionaron tarde; se han propuesto doblegarla mediante una subida enérgica de los tipos de interés, como pocas veces se ha hecho en la historia.
El Euribor se ha incrementado más de 400 puntos básicos de golpe en menos de un año. ¡Casi nada!
Si alguien piensa que ese hecho no va a provocar una recesión está muy equivocado o es políticamente interesado.
Este súbito y acelerado incremento de los tipos de interés es lo que está provocando problemas serios en los balances de aquellos bancos que no cubrieron adecuadamente el riesgo de mercado, como es el caso de la banca regional americana y otros que puedan surgir.
El caso de Credit Suisse es diferente. Los problemas de la entidad suiza venían de tiempo atrás, con sucesivos cambios en la alta dirección, y un cúmulo de costosos errores de gestión, quebrantos y sanciones diversas por incumplimientos legales.
La mala gestión hundió su cotización, y también la confianza de sus depositantes que salieron en estampida, provocando una crisis de liquidez imposible de soportar por una entidad de riesgo sistémico.
Poco importan los ratios de solvencia, cuando la desconfianza de los depositantes afecta al ratio de liquidez. Esa es la verdadera línea de flotación bancaria. Lo vimos de cerca con el Banco Popular Español, antaño uno de los bancos más eficientes y rentables de Europa, hoy desaparecido del mapa.
Vayamos al meollo del asunto
La primera pregunta que debemos hacernos es: “¿Podemos confiar en el entramado del sistema financiero en su conjunto?
La respuesta es rotundamente SI.
Porque el sistema global siempre podrá ser “sanado” (o rescatado) inyectando más liquidez (emitiendo más deuda). Así viene haciéndose desde tiempo inmemorial.
Pero no nos engañemos, la inflación es la pérdida de poder adquisitivo. Y toda esa ingente deuda es a cambio de ser más pobres. La deuda mala nos empobrece, a la vez que condena a la miseria a las generaciones futuras.
Ese es el auténtico drama.
La siguiente pregunta es: ¿Podemos confiar en nuestra entidad bancaria particular?
SÍ, pero tengamos presente el límite de 100.000€. Esa es la cifra que garantiza en España el Fondo de Garantía de Depósitos. A partir de esa cantidad, no hay garantía establecida por el riesgo de contraparte.
Entonces, ¿qué debemos hacer?
La primera recomendación es obvia, en caso de disponer de una cifra superior en depósito o cuenta corriente, mejor diversificar el dinero en diversas entidades hasta la cifra indicada.
Aunque lo ideal sería mantener parte del efectivo en fondos de inversión monetarios de escasa volatilidad que inviertan en activos seguros de baja sensibilidad a los movimientos de los tipos de interés.
La otra recomendación general es invertir el dinero fuera de la banca tradicional de forma diversificada en activos que puedan proteger de la inflación como son los activos productivos reales, ya sean empresariales (acciones) o inmobiliarios.
Esos activos sí que son fuente de riqueza, por el hecho de abastecer a la población mundial de bienes y servicios necesarios para la supervivencia, la protección y el desarrollo humano.
Y para muestra, la siguiente imagen que explica en qué se ha convertido el valor de 1$ desde el 1926 hasta el 2019 en diversas categorías de activos (acciones de pequeñas empresas, grandes empresas, bonos del Tesoro y letras del Tesoro).
No cabe la menor duda: la inversión en empresas es el activo lícito más rentable a largo plazo, por delante de los demás. Y ese es el que debe predominar en las carteras de inversión.
Y para los amantes del oro, se puede asignar una moderada porción de la cartera en el preciado metal. Aunque ya sabemos que no reparte dividendos ni paga intereses, ni ofrece renta de ningún tipo, el oro continúa siendo un activo refugio contra la inflación y reserva de valor para casos extraordinarios.
¿En quién más deberás tener FE?
En tu asesor o gestor patrimonial de confianza, que vele realmente por tus intereses, que te explique las cosas con ecuanimidad, que te aporte serenidad en los momentos turbulentos; en definitiva, que cuide tanto de ti como de tu dinero.
Si cumple estos requisitos, además de un buen asesor tienes un “Tesoro”.
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